¿Pensamos en ver y ver lugares, monumentos y atracciones a todo trapo o mejor nos lo tomamos con más calma y damos prioridad a la tumbona de playa y a la siestecilla?
¿Somos de madrugar y exprimir el día hasta la última gota o somos más de estirar la estancia en el catre y ya iremos viendo...?
Si tenemos niños en casa, ¿son de los que aguantan bien el tirón o son más bien del "Me aburro" y "Jo, qué rollo"?
Gustos hay de todos los colores, pero está claro que cada persona es un mundo y no todos compartimos la misma visión de cómo nos gusta pasar las vacaciones o cómo habría de ser el viaje soñado. Para el bien de todos -pareja, familia o amigos- buscar y hallar un equilibrio entre las apetencias de unos y de otros no solo nos hará la vida más fácil, también contribuirá al éxito del viaje y de las vacaciones.
El “ritmo” de un viaje es algo de lo que no se habla demasiado, pero aunque no se diga en voz alta, todo el mundo sabe cuando viaja si el rollo le está molando o no. El ritmo de un viaje es algo tan personal y tan importante, que debemos tenerlo muy en cuenta en toda la planificación del viaje, pues de respetarlo a no hacerlo va un mundo.
Resulta esencial tener claro qué "nivel de marcha" ha de marcar el paso en nuestro viaje. Y ello, por dos buenas razones: la primera, es lo que nos determinará por completo el abanico de lugares que podemos llegar a ver o hacer.
Si la idea pasa por "empezar la jornada" a las doce de la mañana -después de habernos levantado sin prisas y de haber disfrutado de un buen y tranquilo desayuno, posiblemente poquito nos va a cundir el día, especialmente en países en los que a las cinco de la tarde cierra el comercio y todo el mundo se va a sus casitas dejando pueblos y ciudades como si hubiese caído la bomba de neutrones. La segunda razón es que el nivel de ritmo nos indicará la pauta a seguir a la hora de diseñar el plan de viaje.
Así, la posibilidad de “ver o hacer” muchas o pocas cosas durante las vacaciones dependerá bastante de lo que nos importe madrugar o no. También del nivel de actividad general que estemos dispuestos a asumir. La “fórmula mágica”, en suma, se resume en: “adaptemos el itinerario y las actividades al tiempo que estemos realmente dispuestos a dedicar a tales menesteres”. A cada cual el suyo.
Si viajamos con niños y adolescentes es más probable que surjan discrepancias y quejas ante el programa de visitas previsto, excepto cuando esas actividades sean de su gusto, obviamente. En tales casos, la mejor opción es intentar dar gusto a todos en lo posible. ¿Cómo? Pues haciendo un plan de viaje que incorpore "guiños" para satisfacer a todos los viajeros. Podemos organizar los días de manera que haya algunos en los que, por necesidad, tengamos que levantarnos pronto, hacer muchos kilómetros o hacer muchas actividades y, de igual manera, otros en los que pueda darse prioridad al relax o, al menos, a un menor nivel de actividad. Si en el camping hay piscina es muy probable que eso vuelva locos a los chiquillos. Una buen ocasión para enseñarles que tan bueno es poder dar gusto a todos como hacerlo respetando a los demás, sin pataletas, rabietas o quejas interminables.
Así, los viajeros "intensos", tipo “rabo de lagartija” podrán plantearse, a igualdad de tiempo, un plan de visitas y actividades mucho más amplio que el grupo de los “tranquilillos” quienes, lógicamente, serán mucho más modestos en sus pretensiones y expectativas, tanto a la hora de elegir destino como qué hacer una vez allí. A fin de cuentas de lo que se trata es que cada cual pueda disfrutar a gusto de su tiempo libre a su libre albedrío, aunque, por supuesto, siempre procurando obtener el mejor aprovechamiento del tiempo disponible.
Con los años, nosotros mismos hemos ido "levantando el pie del acelerador" en comparación con los primeros años, en los que todo lo vivíamos de manera mucho más intensa. A pesar de que nuestro ritmo actual seguramente seguirá siendo clasificado como "muy heavy" por mucha gente, cada cual ha de saber encontrar su punto de equilibrio.
Dicho esto, ¿por dónde empezamos a concretar eso del "ritmo del viaje"? Pues de dos maneras, ambas directamente relacionadas con la distancia hasta el destino elegido y el número de días disponibles para el viaje. Salvo que el número de días de viaje nos dé igual, si nos proponemos llegar a Dinamarca, Austria o Escocia -que no están precisamente a la vuelta de la esquina- incluso los amantes de los ritmos tranquilos deberán decidir si los días de trayecto hasta llegar al país elegido se hacen con toda la rapidez posible para disponer de más días en destino o si, por el contrario, se opta por sacrificar algunos días en el país a cambio de hacer menos kilómetros diarios hasta llegar a su frontera. ¡Ahí está el quid del ritmo del viaje!
Dos ejemplos de cómo plantear el ritmo de un viaje: Pongamos que pensamos hacer un viaje a Holanda, de 17 días en verano y otro de 10 días a Alsacia, en diciembre, para disfrutar de la magia de la navidad alsaciana. Ambos destinos se encuentran a unos 1.600 km de nuestro domicilio. En realidad podemos distinguir dos tipos de "ritmo" en un mismo viaje: el de los días de trayecto y el de los días dedicados a las visitas.
En el caso del viaje a Holanda elegiremos un "ritmo tranquilo" tanto para los días de trayecto como para los de visita, porque siendo un país en el que ya hemos estado muchas veces, ya podemos planteamos la estancia de manera mucho más relajada. En cambio, la menor disponibilidad de días de viaje en diciembre "obliga" a que el ritmo sea muy distinto con el fin de aprovechar lo mejor posible los días en Alsacia. La importante longitud del trayecto nos empujará a imprimir un ritmo más "intenso" durante el trayecto y también, aunque de manera no tan acentuada, a los días de visita.
¿Cómo traducimos en la práctica esos conceptos de intensidad o de mayor relax a nuestro plan de viaje? Para los días de trayecto hasta el destino, un "ritmo intenso" consistiría en hacer jornadas completas de "todo coche" - recorriendo aproximadamente unos 800-900 km al día, por ejemplo, aunque hemos llegado a hacer mil o más en algunos casos- mientras que al "ritmo tranquilo" se le podría llamar también "mañana de viaje, tarde de visita". En ese caso, el kilometraje matutino no debiera superar los 400 km, a fin de poder llegar al camping a las 14-15 horas (muchos camping franceses estipulan esa hora para las llegadas) para que nos pudiera quedar un ratillo libre para aprovechar la tarde haciendo alguna visita o actividad que ayude a no tener la sensación de que todo es coche, coche y coche.
Hay que hacer una aclaración respecto al kilometraje a realizar en una de esas jornadas completas de viaje. Para ello hay que contestar una pregunta clave: ¿Pensamos pernoctar en un camping o mejor lo hacemos en una área de autopista? Esa es una diferencia importante de criterio, porque salvo que se pueda entrar en el camping a horas tardías (algo que en Francia es complicado), elegir la pernocta en camping implica poder dedicar menos horas al trayecto y, por ende, hacer también menos kilómetros al día, lo que a su vez alarga el tiempo necesario para llegar al lugar de destino. No es lo mismo "parar" entre las seis y las siete de la tarde porque la recepción del camping echa el cerrojo que hacerlo dos o tres horas después para cenar y dormir en una área de autopista. Entre una y otra opción habrá una diferencia de 200-250 km.
Así pues, si optamos por pasar la noche en el área de autopista tendremos las manos libres para decidir dónde y en qué momento echar el freno del mano al coche, aprovechando más el tiempo. El kilometraje medio que puede hacerse parando a media tarde en un camping o hacerlo en una área de autopista se encontrará en una horquilla entre 600 y 900 kilómetros al día. Las áreas francesas suelen estar muy bien. Preferiblemente elegiremos las que disponen de gasolinera porque suelen estar más iluminadas y concurridas.
Dicho esto, en los viajes a Alsacia en navidad los trayectos los hacemos "a cañón", dedicando dos días a la ida y otros tantos a la vuelta, para que nos puedan quedar 5-6 días allí, que es el tiempo mínimo necesario para un primer viaje. En cuanto al ritmo en los días de visita, teniendo en cuenta que en diciembre a las cinco de la tarde ya es oscuro, según qué queramos hacer deberíamos prever que las visitas a los pueblos alsacianos empezasen alrededor de las 9,30-10 horas para no tener problemas para encontrar aparcamiento, por ejemplo.
Por el contrario, llegar a Holanda con un trayecto "relax" lo podríamos plantear en plan mañana de coche, tarde de paseo y cubrir los 1.600 kilómetros en cuatro o cuatro días y medio. La vuelta seguiría el mismo esquema, visitando alguna localidad por la tarde o simplemente descansando en el camping.
También es muy importante tener en cuenta los horarios y costumbres de los países a la hora de diseñar el plan de viaje. Es otro concepto determinante que marca decisivamente el “ritmo” que el viaje habrá de tener. En Suiza, por ejemplo, el comercio cierra de 12 a 14 horas al igual que en pueblos o pequeñas ciudades francesas. Por el contrario, en las ciudades grandes francesas es más fácil encontrar horarios continuados. En Gran Bretaña el pequeño comercio suele cerrar a las cinco de la tarde. En Bélgica y Holanda, a las seis. En Francia, a las siete. Alemania entre las seis y las siete. En suma, adaptarse a las costumbres locales ayuda a aprovechar el tiempo adecuadamente.
Así pues, compaginar todas esas circunstancias con nuestros gustos personales y familiares será fundamental para elegir qué “ritmo” necesitará nuestro viaje.





